Tal como explica Christine Nicol (profesora de la Universidad de Bristol) los pollos son más inteligentes de lo que presumimos (1): distinguen en apenas días de vida entre tamaños, no tardan en guiarse gracias al sol e incluso planifican a pequeña escala. En nosotros, los seres humanos, el hecho de reducir nuestra capacidad para comprender y razonar sobre lo que nos rodea al nivel de un pollo es un lujo que no nos debemos permitir. Tampoco hay motivo para ello.
Y es que, pese a la merma que supone, muchas veces renunciamos (ya sea de forma más o menos consciente) a ciertas destrezas que nos proveen de ventajas específicas. Esto aumenta la posibilidad de cometer errores y estos tienen un coste, ya sea en recursos de tiempo, esfuerzo, dinero o con nuestra salud.
Los pollos no usan la ciencia
Algunos de nuestros ancestros, los más curiosos, observaban lo que les rodeaba y se hacían preguntas, muchas preguntas. En algunos casos las respuestas a estas llegaban con tremenda facilidad al atribuir los fenómenos observados a deidades, supersticiones y otras creaciones de su imaginación o ya existentes en su cultura. Cuando la repetición de los fenómenos dejaba en evidencia su planteamiento algunos recurrían de nuevo a una respuesta irracional como justificación, sin reconocer que lo afirmado era erróneo.
Por otra parte, hubo quien también observó. Volvió a hacerlo con mayor atención y cuantas veces fuera necesario. Al recordar o registrar sus experiencias podía compararlas y establecer similitudes, patrones e hipótesis que tratasen de explicar lo sucedido.
Si recogía nuevos datos y estos contradecían la hipótesis la descartaba o, tal vez, formulaba una nueva. Cuando la comprobación empírica apoyaba su afirmación, la teoría se incorporaba al cuerpo de conocimientos de ese momento de la Historia. Y siempre con la “amenaza” de que una teoría más certera, más sencilla y elegante resultase mejor.
Los pollos no tienen Historia, tan solo una evolución a lo largo de los milenios de la que ni siquiera son conscientes y que les ha dotado de cierta capacidad inteligente.
Una herramienta valiosa
Así, por ejemplo, la astrología (que inexplicablemente sigue teniendo seguidores) es una pseudociencia que basa sus “predicciones” en los cuerpos celestes observables a simple vista y sus posiciones en una fecha concreta. Jamás ha demostrado que exista una relación de causa y efecto entre dichas posiciones y los hechos que suceden. Ni ha acertado un pronóstico más allá de decir generalidades.
Sí hemos comprobado que si la posición es lo suficientemente cercana a la Tierra los cuerpos celestes ejercen una influencia del mismo modo que lo hacen entre si. Un ejemplo es la gravedad de la Luna que provoca las mareas. También la observación rigurosa nos permite saber cuándo va a tener lugar un evento astronómico reseñable como el paso cercano de un cometa.
Y es que la astrología fue el germen de la Astronomía (aunque no necesariamente todas las ciencias tienen su origen en una pseudociencia). La diferencia es clara entre ambas y los resultados hablan por si solos: con la astrología no hubiésemos logrado posar una sonda fuera de nuestro planeta ni fotografiarlo, ni siquiera predecir cuándo lo haríamos.
Pese a ello es necesario conservar registro de la existencia de pseudociencias como esta recordarnos de dónde venimos, con sus aciertos y errores. Los pollos no hacen archivo de lo que conocen. Además, sus “entradas” y “salidas” son muy primarias.
Los pollos no piensan de forma crítica
Tenemos claro que los pollos tienen cierta inteligencia, sí, pero pagan muy caros sus errores. Si nosotros aprendemos a cruzar la carretera, ya sea con ayuda de nuestros progenitores o la de otras personas que ya han aprendido a hacerlo que nos explican la forma de hacerlo correctamente y el por qué para que lo comprendamos.
Si un pollo intenta cruzar la carretera tiene pocas posibilidades de llegar al otro lado. Si lo logra e intenta retornar al punto de inicio las opciones de retornar a casa se reducen drásticamente y así sucesivamente. En cambio el humano no solo aprenderá un comportamiento exitoso a repetir. También aprenderá que debe cerciorarse de si se aproxima algún vehículo antes de cruzar.
Si analizamos y verificamos una afirmación o teoría antes de darla por buena tendremos más posibilidades de acertar pese a que el error o la imprecisión puedan estar presentes. Es el pensamiento crítico, del cual carecen los pollos y también los humanos de forma ocasional.
Si además tenemos en cuenta la opción de que surja un fallo y ponemos medios podremos estar más cerca de nuestro objetivo o, al menos, no consumir recursos innecesariamente. Con este proceso se puede generar conocimiento útil y riguroso.
En años y años de estudios el ser humano ha dejado patente que tiene una percepción del entorno limitada y condicionada por si mismo: la innata subjetividad, los sesgos y cierta tendencia a necesitar creer en algo nos llevan a optar a menudo por la solución o respuesta surgida de la irracionalidad. Esta se retroalimenta y tiende a radicalizarse.
Estas cualidades humanas, más alguna como la avaricia, hacen que la irracionalidad siga existiendo en áreas de conocimiento donde desde hace años no debería tener cabida. El comportamiento de quienes han dado un paso más y son “creyentes” es parecido al que hay presente en las religiones. Ante una duda se rehúye el debate y se abrazan aún más las creencias, o se busca el apoyo del grupo con el que se comparten opiniones para reafirmarlas en lugar de confrontar, analizar y verificar para llegar a determinar certezas.
¿Qué mal puede hacer creer ciertas cosas?
Un ejemplo reciente: una chica cuyo temor tecnofóbico a la WiFi le produjo problemas de salud y acabó con su vida sin siquiera haber consultado ido al médico o al psicólogo (2). A día de hoy, y tras décadas de estudio, no hay evidencia alguna de que las ondas electromagnéticas no ionizantes (las de radio, la luz, las microondas, etc.) produzcan una sensibilidad o alergia especiales.
Algo similar ocurre con los organismos modificados transgénicamente (OMG): la irracionalidad y el miedo a los nuevos avances está frenando tanto su desarrollo como su presencia. Productos como el “arroz dorado” contribuirían a minimizar problemas de ceguera por deficiencias de Vitamina A en países en vías de desarrollo.
Si tengo un catarro (que pasa en una semana) y me tomo un producto homeopático supuestamente útil para mejorarlo desaparecerá en 7 días. El error sería pensar que si se va en 6 días es a causa de la homeopatía. Por eso se hacen estudios controlados, donde el paciente no sabe si toma un medicamento o un placebo, y en los mejor hechos (los más útiles) ni siquiera quien realiza el experimento sabe lo que da al paciente para no condicionarlo y para evitar que en su análisis de los datos influya cualquier tipo de interés.
No es cierto que las pseudociencias se descarten «porque sí» como alegan sus defensores. Se realizan estudios (la mayoría de acceso público), muchos de ellos por instituciones u organizaciones a favor de las mismas, e incluso gobiernos como el de EE.UU. tiene una sección de su departamento de salud dedicado a ellas.
Los resultados (pese a que algunos se predican como exitosos) hasta ahora son los esperados, ninguno. La realidad es un muro que la irracionalidad no puede saltar ni atravesar. Por ello las pseudociencias no aceptan pasar los mismos filtros que las ciencias e inventan excusas peregrinas para justificarlo.
Los pollos no acceden a Internet…
… pero nosotros sí y debemos ser muy pero que muy cuidadosos con la información que circula en esta red. Hay muchísimos bulos que no presentan pruebas rigurosas de lo que afirman (como los que hablan de limón o bicarbonato como cura del cáncer). La duda es nuestra aliada en estos casos y comprobar la información es más sencillo de lo que parece.
Tan solo requiere un esfuerzo por nuestra parte que incluso puede ser liviano ya que podemos revisar los análisis de otras personas que ya han comprobado si algo es cierto o una “leyenda urbana”. Siempre con capacidad crítica y siempre arrancando desde la duda para llegar al descarte o a la certeza.
Y, sobre todo, no debemos redifundir informaciones de las que no estemos completamente seguros. Ante la duda, mejor no contribuir a propagar algo que puede estar equivocado.
Creer que sabemos es un error
Por nuestra naturaleza siempre creemos en algo, por mínimo que sea. Entre otras cosas creer alimenta nuestra esperanza, nos provoca querer ser mejores y tener una vida mejor. También nos lleva a confiar en algo o en alguien sin tener total certeza. De no hacerlo sería muy complicado que el ser humano formase sociedades como viene haciendo desde antaño. Este comportamiento ha beneficiado al hombre al permitirle combinar habilidades: para construir un edificio se necesitan muchos oficios.
En otros terrenos las creencias han demostrado no aportar nada sino lo contrario. No creamos en la ciencia y mucho menos aceptemos nada que venga disfrazado de ella. Conozcamos, sepamos, averigüemos, indaguemos y comprobemos gracias a la ciencia hasta los límites de nuestra propia capacidad que, por fortuna, es mayor que la de los pollos.
(1) http://www.telegraph.co.uk/news/science/science-news/10129124/Chickens-cleverer-than-toddlers.html
(2) http://magonia.com/2015/12/02/el-suicidio-de-jenny-fry-una-nina-alergica-a-la-wifi-y-el-sensacionalismo-periodistico/
Isidoro Martínez es el autor del blog «¿Qué mal puede hacer?»
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